Yo no quería escribir sobre mi padre
Pero el texto lo pidió, y no supe —ni quise— decirle que no
La sospecha de que mi padre se iba a convertir en un personaje importante del libro en el que estoy trabajando llegó mientras golpeaba enfurecida el teclado de mi portátil. Acababa de tener una conversación profunda sobre los mecanismos por los que manoseaba las ideas en mi cabeza, sin lograr poner ni una sola por escrito. Quería llorar y no podía, a menudo no puedo. Así que empecé a escribir. Una voz poética, casi desarticulada, apareció. No pegaba nada con el tono del manuscrito, pero aún así la dejé salir. Sentía mi mandíbula apretada mientras lo hacía: un llanto de cauce seco. Escribí la palabra “dientes” muchas veces. La palabra “ojo”. También la palabra “papá”.
Cada texto tiene su propia inteligencia. Es algo que repetimos a menudo en Casa Índigo, pero que no deja de sorprenderme cuando se revela. Yo estaba escribiendo un libro sobre mí, y si acaso sobre mis amigas y compañeras de generación, quienes rascamos exhaustas minutos al día para poder crear, y sin embargo, el texto tenía otros planes.
“Hija de papá porque soy la mejor, la primera de la clase, la primera del mundo entero, una luz en el ojo bueno, siempreviva, una luz. Una miríada de estrellas fugaces en el ojo bueno. Quién defraudaría un paisaje como este.”
Dejé el texto en reposo unos días y después se lo mostré a Carla. Tal vez ella ya sabía que el personaje del padre debía aparecer en algún momento. Las amigas vemos las semillas regadas en la escritura de las otras y esperamos a que germinen. Es imposible ser una niña perfecta sin padre. Nunca hubiera podido hablar del éxito y la extenuación sin pasar por él, mi gran mentor en el arte de no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy.
No es fácil escribir sobre las personas que conocemos, con las que convivimos o a las que alguna vez amamos. Su juicio pende sobre nuestras cabezas desde el mismo instante en el que vertemos la primera palabra sobre la página. Silenciosamente nos dicen: ¿podrás ser justa con mi imagen, con nuestros recuerdos compartidos?
Una escritura nunca será justa con lxs demás. Puede ser complaciente y traer adoración. Puede ser vengativa y desatar una guerra. No puede ser neutra, por el simple hecho de que tamizamos el sentido de las palabras con nuestros propios sentimientos. No importa, siempre hay culpa. Siempre la habrá. Enfrentarnos a ella es la manera en la que nos apropiamos de un pedazo de la historia común. Una versión entre otras, pero única, nuestra.
Me es imposible no preguntarme si la versión que daré de él en este libro es lo suficientemente justa como para que no me deje de amar como lo hace.
Estoy leyendo La huella de los días, el ensayo en el que Leslie Jamison desgrana cómo su adicción al alcohol afectó toda su vida. Es una escritura ágil y por momentos divertida. Leslie tiene el don de escribir como se habla —a menudo se siente “como la puta reina del universo”, se “pilla cogorzas” y está “hasta el moño” de beber, todas traducciones al español de España de Rita da Costa— y, aún así, construir un texto literario profundamente inteligente y honesto. Lo que más me gusta de su escritura es el trabajo que hace con sus personajes: primero, con el suyo propio, la voz que ensaya y narra la historia de su adicción, pero también y sobre todo, con sus parejas.
Mientras leo no puedo evitar preguntarme cómo se habrán tomado las palabras de Leslie las personas reales cuyas intimidades relata en el texto. Dave, Peter, Stacey, su mismo padre, un aviador que engañaba a su madre y que, como Leslie, también bebía. Todas ellas aparecen representadas en aspectos que quizá no querían ver publicadas en papel. Se ve sus defectos y sombras proyectadas en las paredes. Leslie no los deja solos, y creo que ese es el quid de la cuestión: ella no se oculta, al contrario, es cruda como la luz de Iowa en el invierno, de una claridad glacial que devela cada pequeña mácula en todo lo que toca.
Después de 10 años leyendo, escribiendo y editando diarios íntimos con otras autoras, por fin hemos creado el curso que a nosotras nos hubiera encantado hacer cuando empezábamos a preguntarnos: ¿esto que escribo tiene algún valor?
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No quiero escribir sobre mi padre y, sin embargo, lo hago. No lo asumo como una imposición, sino como un camino de ida hacia él. ¿Soy capaz de verlo más allá de lo que hizo de mí, de verlo a él, como una persona ajena a nuestro romance paternofilial? Mi padre, el generoso. Mi padre, el sensible. El que habla 40 minutos sin parar y que, por una vez, no me importa si me escucha. Todo eso sigue siendo yo, demasiado yo. Me es imposible no preguntarme si la versión que daré de él en este libro es lo suficientemente justa como para que no me deje de amar como lo hace. Para que siga mirándome con su ojo bueno envuelto en lágrimas. Al mismo tiempo, creo que él tiene que saber lo que los dos somos. Eso que compartimos es la esencia del libro, esas ansias voraces que no sabemos cómo contener.
Cuando me pregunto si seré capaz de publicar lo que estoy escribiendo sobre mi padre y yo, me acuerdo de algo que solemos hablar a menudo: el gran riesgo de nuestra profesión, la escritura, es que a los demás no les guste la versión que escribamos de ellxs y, por ello, los perdamos. Es lógico: los seres humanos somos mundos completos y nuestros personajes, por más redondos que sean, son instancias de ficción. Espero que mi padre, en el libro, honre lo mejor y lo peor de él, que es también lo mejor y lo peor en mí misma. Mi padre real, por otra parte, es una persona que está en el mundo, cuya vida transcurre sin detenerse mientras yo fijo algunas imágenes y lo vuelvo parte de un universo de papel. Hablar con intimidad de mi padre, incluso hablar de su (de nuestra) intimidad, no significa que nuestra vida privada tenga que ser expuesta. Aprender a proteger la vida de la literatura que algunas veces quiere tomarlo todo, es uno de los trabajos más arduos de situarse como escritora: de convertirse en una.
Escribir sobre quienes amamos a veces se siente como tocar una herida con los dedos. Lo hacemos con miedo, con cuidado, con deseo. Y aún así, lo hacemos. ¿Te ha pasado alguna vez? ¿Te has animado a escribirlo?
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Sobre Amy Dury:
Amy Dury (Reino Unido, 1974) es una artista contemporánea cuya pintura se nutre de la nostalgia, la memoria visual y las fotografías familiares. Su estilo figurativo combina elementos del retrato clásico con una sensibilidad pop y una paleta vibrante, evocando escenas cargadas de emoción y ambigüedad.
Dury explora la intimidad de lo cotidiano y el peso simbólico de las imágenes del pasado, especialmente aquellas que remiten a vínculos familiares, infancia y relaciones no resueltas. Su obra, atravesada por lo autobiográfico, invita a detenernos en los detalles que configuran nuestras historias personales y a revisitar aquello que creemos haber olvidado.
Puedes ver más de su trabajo en su página oficial.
Casa Índigo es una escuela virtual de escritoras con más de 1.300 alumnas hispanohablantes alrededor del mundo. Nos especializamos en la literatura intimista, testimonial y autobiográfica con perspectiva de género.
Hemos creado El viaje de la escritora, un programa formativo profundo que acompaña el proceso creativo desde la idea al libro.
Cuando mi padre murió, sentí una necesidad profunda de escribir sobre él, no quería olvidarlo, no quería que lo olviden, no podía permitir que lo olvidemos. Hicimos muchos rituales para darle el aDios, para tratar de sanar esa mordida de burro que sentía en el corazón. Escribí algunos textos sobre estas despedidas. Siempre pienso que afortunadamente, se fue un mes antes del terremoto del 2016. Si hubiese visto como quedó su Bahía querida, se habría muerto. La muerte, su muerte, me dejó un vacío que siempre me acompaña. La escritura a veces llena ese vacío. Escritos que han descansado por algunos años, el se fue hace 9 años. De a poquito he ido poniendo en orden esos escritos. Talvez sea tiempo de que esos textos hablen.
Gracias chicas, menudo temón el de escribir sobre nuestros familiares. Llevo toda la vida leyendo sobre esto, precisamente porque no me atrevo a hacerlo. Me vence el pudor. En una presentación escuché a Margarita García Robayo decir que si a sus familiares no les gustaba su versión de los hechos, escribieran ellos otros libros. Me encantó su arrojo, pero no sé si estoy de acuerdo. Me inclino por el respeto y el cuidado y creo que la buena literatura también puede existir cuidando esos límites.